Alargo la mano. Cierro los ojos.
Siento en mi piel la brisa húmeda.
El mar es una costumbre,
un deseo inequívoco.
Certera soledad la que me da sus brazos.
Me acoge como solo él puede hacerlo,
aquí, perdido en medio de la mañana.
Contemplo el bosque de coníferas,
escucho de fondo la algarabía de las gaviotas
buscando incansables el horizonte,
mientras, sinuosa,
la senda de espuma
rompe siempre sobre mis pies.
Desde que el tiempo es tiempo,
el mar hace en la eternidad de la playa
algo parecido al respirar de un corazón.
f.
No hay comentarios:
Publicar un comentario