A veces enciendo una vela, el cielo se hace entonces de jirones de luz
y la densidad de las sombras es parte de la ausencia, lo que enhebra la noche a tu cuerpo, más o menos lunas rotas y polvo de vidrio encendido como el reflejo ardiente de un océano que nunca ha de saciar tu boca, la maleza y el paso intercalado de un verbo tras otro, la querencia del fuego, la llama sin ábaco, sin cuentas pendientes, esa humedad de huellas difusas que nunca han abandonado tu piel.
f.
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