Se yergue la distancia, el caer al abismo,
el hombre siempre solo contemplando lo oscuro.
Me dirás que siempre fuimos uno,
una sombra y su sombra vestidos de negro
con las galas que tiene el quehacer del sarmiento.
Nunca vendrá la aurora,
su pájaro que canta cuando todo es silencio,
mientras bebemos un vino tinto,
pleno de taninos,
en copas altas de cristal de Murano,
y se alarga, sin saberlo, la noche en nuestras manos.
Escucho un salmo antiguo,
llega como ceniza gutural de una voz...
me nombra despacio,
yo dejo que las sílabas caigan al suelo.
f.
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