No voy a hablar de la tierra del fuego,
la que deja en angostura mortal las mieses cortadas
y asemeja a un desierto abandonado.
Sé más de besanas de otoño,
tierra cortada por el hierro del arado
y de la siembra crecida en primavera,
que hace de los verdes trigales un campo de espera,
lleno de murmullos y huidizos pájaros cantores,
donde el viento se arremolina,
despeina las espigas con urgencia
y se adueña del tiempo y del silencio.
f.
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