En el claroscuro de la tarde
tu cuerpo se hace estatua.
Apoyada en la ventana,
baja por tu espalda una cascada de ámbar.
Mientras yo admiro tu desnudo
y tus ojos se pasean por la deshabitada avenida,
me pregunto hasta cuándo tendremos estos instantes
bendecidos por la fortuna.
Un desgranado verano nos sostiene en la ciudad solitaria,
sus noches de azul cobalto son eternas
y en su duna dorada crecen las mañanas
al ritmo impagable de las caricias.
Apenas pasan las horas y los días,
todo es un tobogán donde respiro tu aliento,
beso tu piel, sueño tus sueños, hacemos el amor
y me hundo en tus risas como un gato en el regazo.
Es lo más parecido al cielo que conozco.
f.
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