Deshojábamos las palabras en el viento
como si una balada más o menos
tuviera para nosotros la fuerza
que nos hacía cerrar los ojos
e imaginar un viaje sin retorno.
Recogidos el uno en el otro,
amigos de las drogas y el alcohol,
nos buscábamos en los viejos moteles de carretera.
Después de todo, sabíamos que quizás
no volveríamos a ser los mismos,
los que fuimos a ver aquel último concierto,
y volvimos con la voz rota, la mirada perdida,
y con una sensación tal que no nos dejó dormir en varios días.
f.
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