No recibo a la noche, ni siquiera a las horas del día,
blanquecinas, heridas por la luz de la lumbre y del asombro.
Acaso escuche entre los caminos perdidos una voz azul,
un sarmiento ardiendo, voraz, destructor,
lo que mantiene en la incertidumbre
a una llave que nunca sabrá encontrar su puerta.
Solo sostengo palabras que amenacen al silencio...
a veces ebrio, otras veces triste como solo sabe verme el invierno,
rehago las pequeñas huellas que deja mi paso,
nada ha de quedar, salvo las hojas secas que amontona el viento.
f.
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