las nubes negras que traen la lluvia,
un abismo de invierno prendido de bruma y frío.
Anhelo la nieve, sentir mis huellas
descalzas de significado perdiéndose en ella,
deambulando en el atardecer
o en la noche estrellada
donde Sirio irrumpe siempre
con la fuerza azulada de un imperio lejano.
Ahora solo poseo verbos de silencio,
ánforas como nichos donde esconder todo lo que duele
y una tierra de castaños y avefrías,
una calma abierta en vivo
en las hendijas de un corazón dormido.
Escucho el sonido metálico de la cadena
que ata a los perros que me ladran al pasar,
siento el devenir de poner a cero el calendario
y el saber que no hay más remedio que mirar al ocaso,
día a día, sentado en un escabel que apenas alcanza
para ver deshacerse el horizonte violento y sanguíneo
que precede a la oscuridad de la noche.
f.
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