Deshago las cuentas,
tiro al suelo el ábaco
en que se quedaban las sumas y las restas.
Mis manos han quedado tiznadas,
manchadas de verdades y mentiras.
Sudo y bebo de este aguardiente que sostiene la noche.
Lumbre y brasa en que las horas han perdido su poder.
Sin embargo mantengo los verbos caídos al suelo.
No me voy a dejar intimidar por el miedo,
aunque los años me hagan palidecer ante las cosas,
la muerte sea una pasajera más en mis palabras
y en medio del silencio,
abandonado por el deseo,
un viento oscuro me nombre
con voces y sonidos casi indescifrables.
f.
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