Es posible que ciertas noches de insomnio tenga rodeando mi cama oscuros hurones que demandan su astrolabio.
Es posible que la sed de la noche, el desmembrado signo de la vida que me oprime no sea más que la voz de un oráculo sin futuro.
Que mi boca calle y sea solo un vaivén de fiebre y sueños mientras los dioses, esos dioses vuestros, y sus espíritus juegan a derribar el mundo.
Respiro el vaho de lo imposible mientras escucho pasar cerca los últimos trenes de la noche, tan tristes y anónimos como los besos dados en la boca de la ausencia, tristes amores de neón, de música, de alcohol y con precios tasados de mercado.
No hay inviernos que pasen por mí, son todos ese lugar que se habita de sierpes y desiertos, los que dejan en la boca el sabor de las acacias, lo áspero, lo ruin, lo transitorio.
No me doy lástima, ni quiero que esta quera que me deshace tenga más trabajo nocturno, aunque siga derramándome en silencio...quizás sea la calidad de la sangre, lo espeso de cada pensamiento, la variedad del virus que me habita o este dolor en el costado que abierto a las antiguas ciudades de mi vida tiene nombres de islas y canciones tristes.
f.
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