Cierro los ojos mientras el sol del atardecer,
débil ya, me deja abierta su llaga.
Llegaron para mí demasiado pronto los días de invierno,
y dudo siempre de tentar mi suerte
y esperar en el borde de la oscuridad
o entrar dentro de él
con las manos tiznadas del color púrpura de la belleza.
Me he consumido como una vela nocturna
en ese germinar de vocablos de lunas llenas y astros silenciosos.
Veo en la distancia las primeras nieves. Allá a lo lejos,
intuyo la caída, ese fluir de lluvia, lo intermitente de la bruma,
lo perenne del frío...
Y siento como por la silenciosa avenida de álamos desnudos,
viene conmigo, respirándome, un poco más de muerte.
f.
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