Más allá de la tarde y de los pronombres personales
hay una certeza desnuda donde caben mis manos
que sangran con los cristales rotos de la realidad.
Respiro como un faro marcando los segundos,
siento la luz entreabrir los montes,
girar buscando el horizonte,
perderse entre la sombra
que late en el silencio del bosque
y la lejana vigilia del océano llamando a mi corazón.
Revolotea un pájaro imperceptible con sus alas heridas.
La soledad en su alambre duerme inquieta
mientras que yo camino por la noche
y en la azotea veo el universo.
Tal vez ciertos astros
han dejado signos azules en el tiempo,
la suave pendiente de la tristeza,
la dulce caricia de lo inexplicable.
Publicado en la revista Ágora en mayo 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario