Que diversa es la soledad de un día de invierno
cuando se van desnudando todas las preguntas
y entre los dedos queda difuso el calor autentico de la noche.
Veo deshilacharse lentamente las sombras
y siento el revuelo nervioso de unos pocos gorriones.
Uno de ellos se anuncia con su canto encima de un semáforo,
es tan pequeño como cualquier esperanza
pero sostiene un pulso, un adviento,
que por segundos se hace dueño del amanecer.
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