Sí, murió sin dolor,
mientras yo almorzaba un sándwich en la terraza de los Ufficci,
debajo de una sombrilla y bebiendo una cerveza belga.
Nadie está ya vivo en este panteón de óleos
y sin embargo hemos hecho una novela de cada cuadro,
buscando en la sonrisa discreta e imposible de la Gioconda
o en ese rostro, a punto de darnos una respuesta
a la infinidad de dudas y preguntas
que solemos tener los que admiramos a Miguel Ángel.
Dormité después con el sabor amargo de la cerveza en mi boca
y el café con hielo todavía aguándose en un vaso de plástico.
La luz de agosto traía a mis ojos lágrimas innecesarias
y anhelaba la sombra del Arno,
lento y silencioso en sus oscuros limos,
con esos pocos árboles que sajan de umbría sus riberas
mientras los hombres descansaban caídos sobre la hierba.
Arriba, seguro que una red de vendedores ambulantes
deambulaban pidiendo atención con sus souvenirs innecesarios,
y tú y yo, detrás de unas gafas oscuras, mirábamos el tiempo
como un descenso a una parte de la historia de nuestra vida.
3 comentarios:
El Arno, siempre el mismo y siempre diferente. Y el Arte en sus orillas.
Besos
Precioso Fernando. Me hiciste viajar a Florencia... Un abrazo
Las gafas oscuras no detendrán el atarecer.
Un besico fuerte!
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