No hurgo en la palabra cuando me demoro
y busco en el cielo un astro que encienda la noche,
o un sendero donde enumerar
cada una de las estelas que dejan los planetas,
como si fueran dioses silenciosos
que hablan con signos de astrolabios.
Mirar la noche tiene su silencio
y escucharla respirar
en su geométrica danza de elipses
me deja siempre pequeños jeroglíficos en que perderme.
f.
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