Abres la ventana, escuchas la lluvia, esperas callada,
en el silencio también de tu mirada cabe el azar del infinito.
El dolor sabe guarecerse entre las lágrimas,
ser una punzada,
pero también sabe inundarse
de una ráfaga de olvido que estremece
y que te puede hacer volver a un tiempo lejano,
una casa antigua de aquel viejo barrio,
tan lejos del mundo que ahora habitas.
Entonces, todavía reconstruías tus días para él,
le preparabas el café de la mañana
o aguardabas ese instante en que a su vuelta
la casa se llenaba de luz,
de risas, de música y de ciertas palabras mágicas
que acercaban tu cuerpo al calor de sus manos.
f.
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