Los recuerdos tienen sus propios lugares.
Viejos pasillos donde te estremecen,
luces amarillas de bajo consumo
en anónimas habitaciones de hotel,
donde perdura para siempre junto a ti
un aroma a tabaco impregnándolo todo,
el caliente sabor de las botellas del minibar de ginebra Gordons,
cierta humedad en el techo pintado de azules estrellas.
Alguna vez apostaste por recomenzar los besos,
recuperar el deseo ciego varado en esas estancias,
cuando solo te unía ya sin aliento la música y el mar.
Pero que lejos queda el corazón de este juego
cuando el tiempo deshace los nudos
y surge, al respirar el cuerpo de ella,
una maldición interna,
porque sabes por propia experiencia
que todo estos años ha sido tan cobarde como tú.
f.
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