Gira el viento, se hace ocre y enrojece al límite de la noche.
Se escucha el sonido del cobre, hay rastros de lluvia
y ese frío intenso que trae desde el recuerdo la mano del otoño.
Despacio, como toda la ceniza,
cae sobre mí un polvo de nostalgia.
No hurgo, no pregunto, miro a través de los cristales
y veo en los visillos el aura desnuda de la noche.
Un viejo hule que tiene la existencia de la mesa
parece recordarme con sus grietas
que a veces pasan las cosas sobre nosotros
con alas de ángel y silencio.
f.
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