Caía el agua azul con su aroma de olvido
mientras era parte del bosque,
la vereda sin nombre.
Manos abiertas,
húmedas de cielo y nubes veloces.
Lo salvaje eran los verbos de la tierra
cuando la dulzura desnuda de silencios
ardía en sus ojos, rojos, como sarmientos.
Traía demasiada hambre, demasiada esperanza.
Llegó la noche y creció despacio la luna,
y el perfil de la tarde
se empezó a perder en la umbría de su boca.
Lo opaco de la sarga la escondía del mundo,
bandera blanca tendida al viento cálido,
de su cuerpo tenso
solo se escuchaba guturales nombres de dioses
y las pequeñas frases que trae el vértigo.
f.
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