A veces, rotas mis manos en el esfuerzo de salvarme del mundo, las palabras quedan prendidas al viento y solo salen embriagadas, dispersas, a falta de ritmo, lumbre y altura.
Esta línea roja que me traspasa y hiere con su luz me tiene prisionero, y con sus nudos hace y deshace de mí, dejándome atado a la branza de sus condenados, y me lanza sus dardos asesinos, crea el caos ante mis actos, se hace fuerte ante el cúmulo de sucesos con que cada día uno debe resistir los golpes.
No me quejo, apenas puedo decir nada que sea un reproche a la vida, aunque es verdad que mi egoísmo es de tal calibre que pediría tener el valor de los héroes o ser un simple semidiós, a los que su mortalidad solo dependiera de sus propios actos, no de la batalla siempre perdida contra el tiempo y la jodida eternidad.
f.
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