Prescindiendo del tiempo que ha pasado,
eras entonces la última gota, el mejor sorbo,
la que anunciaba un quehacer de noches
cuando solos al final los dos,
nos apostábamos la vida del uno al otro,
en un juego de naipes en el que la mejor baza
siempre quedaba entre tu boca y la mía.
Luego, vinieron las tormentas,
el verano nos dejaba horas en la cama,
vivíamos con un trafico de caricias silenciosas
que se anunciaban a golpes de relámpago
y al ritmo poderoso de los truenos
mientras poníamos discos de Silvio, Pink Floyd o Ben Webster,
bebíamos absenta y fumábamos Chester sin filtro.
Nunca había caído tanta agua en aquellas costas,
nunca ha vuelto a hacerlo
y siempre lo recuerdan como el verano de las lluvias,
el que tú y yo al recordarlo sonreímos.
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