No me preguntéis por qué no creo en dioses,
ni en reyes que tengan en su sangre ninguna sublime herencia.
Soy ateo, sin gracia ni desgracia en que caer,
solo creo en la urgencia de la vida y en el paso decisivo del tiempo.
No creo que haya paraísos que se igualen al amanecer de cada día,
ni infiernos más grandes que la soledad de ciertas noches de invierno.
No espero más que vivir algún tiempo en algún verso,
y si es posible, en la memoria de algunos que al irme me recuerden.
f.
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