Las manos del agua
sostienen la luz y la palabra.
Siento un quebranto de otoño,
tiene la holgura de siempre,
se alimenta de voces que murmuran
y del avance del Sur de las distancias.
Ando por las calles, las plazas,
en la ciudad vacía
donde los pasos
dejan un aroma de silencio
y al alejarme el sonido del sarmiento al arder.
Solo la soledad
se erige, con su vuelo de oscuro ángel,
en musa de mis versos
portadora del doloroso estigma
que anuncia la llegada de la lluvia.
f.
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