Del desierto recogí sus nudos blancos en la tierra silenciosa...
Una o dos veces fuimos libres,
la herida era roja como la lumbre del atardecer.
Fuimos el dolor,
la lágrima en su boca con la cadencia de mi nombre
aunque nada más que un horizonte de noches nos unía.
Ardió la madera y nos tuvimos sin reparos.
El murmullo del olivo nos habló del tiempo.
Supimos el valor de una caricia,
la branza que nunca se olvida.
f.
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