Y ahora, después de todo, como si nada tuviera más valor que la nostalgia, dejo que las palabras se anuden a mis manos, no haya voz, que mi boca no me sorprenda diciendo desde dentro lo que siento...mis manos cabalgan sobre el teclado pronunciando un discurso antiguo, ellas saben desdecir todo, desvirtuar lo que es a un tenue color rojo, dejar que la sangre sea solo un hilillo y no una arteria desbocada...quizás mi voz se mantenga al margen por el resto de los días.
f.
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