Somos memoria y lugares comunes.
Así unos labios se acostumbran a otros labios
y el calor tibio de una mano
reconoce el estremecimiento que causa en otro cuerpo.
De todos modos hay líneas y márgenes que nos confunden,
una senda de soledad nos espera cada amanecer
y es a la que nosotros tenemos miedo de recorrerla solos,
como si la elección no tuviera siempre las cartas marcadas
y no hubiera espacio para el azar,
porque las huellas que dejamos tienen su tiempo tasado.
El amor no deja de ser un virus razonable,
aunque seamos niños jugando con una química que desconocemos.
El deseo es la urgencia del instante,
el animal atávico que nos recorre,
luego, pasada la tormenta,
escuchamos el goteo último del agua,
y tenemos la clarividencia del instinto...
todo pasa.
Después del relámpago, la vida,
un suspiro en la eternidad,
y para ese juego nunca llevamos buenas cartas.
f.
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