Se abrió el caudal escarlata del anochecer.
Que larga era la tarde cuando se posaba en el verano.
Traía esa harina oscura que enmarca el asombro,
un bullir de peces en la caliente orilla de una playa celeste.
Nuestros cuerpos se daban certeras caricias
que enarbolaban banderas de entrega,
suave condena la de amarnos cuando nadie nos esperaba.
Aquella lluvia de astros, el reflejo marino del universo,
el silencio roto por el abismo de una luna nueva,
tú y yo solos, sin palabras, cuando el tiempo
se hacía todavía del flujo del agua y de la arena.
f.
No hay comentarios:
Publicar un comentario