No ha caído aún sobre el mundo la noche
pero hay entre nosotros un salto de agua,
una lluvia encendida,
el descender sobre el otro
empapados de oscuridad.
Las hélices del viento no nos nombran,
ni siquiera hemos dejado rastros en la nieve,
solo unas huellas del azogue,
lo púrpura del corazón,
lo confuso que brilla en la hierba mojada.
Esta besana de labriego
tiene tu cuerpo abierto a la luz
esperando el quehacer de las mareas,
el Gólgota que siempre trae la espera,
las cuentas de un rosario de murmullos.
f.
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