Cerrar los ojos y contemplar desde dentro la distancia,
la huida perenne de la carne,
el dolor de la deuda tibia de caricias.
Dejarse entre las copas de los árboles,
como un pájaro solitario,
el canto y los sueños...
Ser del mar,
de los océanos implacables,
y seguir un orden de registros
en el que el corazón palpita
al ritmo infatigable de las olas.
f.
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