Abro mis manos y rozo el horizonte,
tan nítido de invierno como un cristal helado
donde ha quedado el vaho de mi respiración.
Siempre hay pájaros a la altura de mis ojos,
y ciertas nubes deshilachadas
me recuerdan el fragor de las tormentas.
Se han caído las rosas colgadas del muro,
solo son ya pétalos de sangre entre mis dedos blancos,
¡tanto invierno inundando mi corazón!
¡tanto silencio en la umbría del día!...
el viento sin duda caminando a mi lado.
f.
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