Tiéndeme despacio en la ribera de tu deseo,
desarma una a una todas las palabras que me habitan,
deshaz el nudo, la branza de tiempo y de espera,
el quehacer de arañas en la carne,
el ácido lacustre, su veneno,
la laxitud desnuda del amanecer,
el granito acerado, la arena,
las hojas del otoño,
un noviembre de ceniza.
Vuelve con tus manos,
pequeñas, temerosas,
a cruzar el páramo,
trae en tu boca la humedad del ansia,
el calor de tu isla,
la ardiente bocanada del órdago,
simas y bosques contra mí panoplia armada.
Esta batalla no tiene fin
aunque tu cuerpo reconozca en el mío su lugar
y hayas sembrado de flores amarillas
cada recodo en que sin casi saberlo fuimos uno.
f.
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