Si solo tuviéramos el miedo,
el aceite ungido a nuestro corazón
por las manos ávidas del silencio,
y nuestra voz, amiga de los salmos y del cielo,
olvidara sentir junto a otras voces el creciente escalofrío,
no quisiera saber ya de raíces,
del tiempo de la espera, de la larga letanía ...
ahora, hoy, en este instante, seriamos más libres,
quizás no durara la vida
más allá del soplo de unos labios en la herida,
quizás, detrás de ese fuego viniera otro
y otro detrás más devastador y vengativo,
y al caer en la cuenta del olvido,
las cosas que suman y que restan,
la que nos reduce a polvo y a ceniza,
no fuéramos más que una línea quebrada en el horizonte, la distancia,
el sendero de hierba y de lluvia, el aroma perdido del romero.
f.
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