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No pregunto al cielo por los ángeles muertos
aunque en mi jardín haya restos de sus caídas plumas.
Me enfrento a la soledad con mi corazón callado.
Poseo un tambor roto
y un viejo violín ardiendo entre las manos.
Mientras, en silencio, contemplo la noche,
sus luces lejanas, su distancia…
Viene el viento con golpes del océano,
las llamadas que se pierden en el eco nocturno.
Presiento como arena creciendo entre los dedos,
húmeda y salina me descubre un misterio,
el tiempo implacable me murmura una verdad.
f.
Foto de Eugenio Recuenco
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