No es el amanecer la señal que nos depara el día,
este domingo de versos cortados y labios que callan
rebosa por la simiente de otoño que esparcen sus dedos fríos.
Ella se pronuncia y busca en la escarcha signos inequívocos de vida,
alarga sus manos para dibujarme los abrazos,
pájaros que tientan el calor de la luz,
y me habla deletreando los arrabales de la dicha,
dejándome el sabor de su boca,
una herida húmeda al deshacerse en la mía.
Pero no hay reposo que nos salve,
y bebemos de la misma copa un vino caliente,
somos, en la ciega vereda del deseo,
algo más que héroes vencidos,
tan humanos en la carne,
tan dignos en el fracaso,
que nos damos al otro sin más preguntas:
hacemos del silencio una forma de entrega.
Cuerpo a cuerpo en la tibieza de las sábanas,
desnudos, ungidos con la fragante esencia de estar entrelazados,
sabemos lo que trae ese instante,
tanta incertidumbre por su luz como por sus sombras.
Afuera el invierno no deja de nombrarnos.
f.
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