Laborioso quehacer el de la noche
en su tejer de penumbra desde el crepúsculo.
Hay una bala de plomo detrás de mi mirada,
cierto color de la sangre mezclado con el humo,
mi silencio en un búcaro violeta
tendido al viento de mi oscuridad.
Cada gota de lluvia lleva una simiente de luz,
una pregunta, una llama, un caer sobre nosotros
sin responder a este suicidio solitario
de jirones blancos de camisas tendidas
como un ibón de invierno,
con la sangre deslucida en sus pecheras
y en mis manos la sombra pura,
la besana del olvido.
Admiro esta muerte, símbolo de mí,
flores de campo azules , diminutas,
y las rosas, quebradas como látigos,
encendiendo de brisa el anochecer.
Ángaros de cumbres nocturnas,
branzas del pasado como viejos salmos...
vendrá la epifanía en la música
y sin saber todavía rezar
solo los mirlos traerán a mí el descanso.
f.
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