Se me han caído los verbos a la tierra.
Duele su simiente, el silencio de huellas,
ahora que las palabras se tiznan de la luz del relámpago.
Respirar entre nosotros
el aroma de un cuerpo,
el lento vaho del otro
con los frágiles matices de la vainilla y el clavo.
Abril se ha desnudado con sus pliegues de barro.
Me he perdido entre la gente.
Me recojo entre las calles y avenidas llenas.
Encuentro una longitud sin rostro en todas las miradas.
Permanezco callado,
he sentido como mías las flores arrancadas por el viento,
la tormenta viva y su augurio de frontera...
¿Qué distancia nos reserva este irnos sin el otro,
solos, como dos balandros en la oscuridad?
Ahora sé que aún espalda con espalda
se escapa el tiempo
entre la fronda azulada del crepúsculo.
f.
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