Nace con el roce de un cuerpo con el otro,
en el desnudo cobijo que se forma
entre la tibieza de un vientre
y el desafío de unos pechos.
Las manos, sus dedos,
abrazan la carne que se incendia,
toda la piel llama, encendida
e incesante al borde mismo del acoso.
El deseo se hace urdimbre,
trama que los ata
con las gotas de saliva de la boca,
los labios, la lengua y hasta los dientes
si es preciso, crece
en una enredadera sin límites
que los quema y los estremece.
Ahora les corre por la sangre el vuelo del mercurio.
Se hace dueño el deseo de la carne,
no hay esfuerzo que los hunda,
se funden uno en otro como sábanas deshechas,
buscando en lo imposible
lo que el tiempo y el azar les otorga.
f.
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