He vuelto detrás de los espacios vacíos,
justo al lado de las huellas sin fin.
Muchas veces nadie sabe del otro
salvo la quimera de una voz o de un gesto
que deja adivinar el dolor del silencio
o la premura que queda en el aire
con el nacimiento de una caricia.
Ahora las palabras son calima y bruma,
un mar diminuto de recuerdos de niños
que habita en una caracola,
un bosque al norte de todo lo que nos respira,
donde las estrellas de la noche
son la luz que parpadea en un jeroglífico.
Tú sabrás de mí por lo que dejo en tus manos,
por lo que lees en el aire,
lo que apenas otros se percatan que pronuncio,
pero que en medio de la sombra y entre otras sombras,
deja siempre la humedad que alumbra un corazón.
f.
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