He venido despacio como la primavera se desliza en abril,
pero no tengo en mi cuerpo el aroma del romero,
ni flores silvestres que recuerden la salvia
o a la roja llamada de las amapolas
que crecen sin medida en las cunetas.
Soy todavía una mirada, un silencio habitado,
mientras un extremo impreciso del invierno me recorre
y se decanta en mis venas como una fría llamada del pasado.
Perduro en ti, porque mis palabras caminan solas por tu anatomía...
ellas saben de ti, lo que sin decirles adivinan cuando gimes mi nombre.
f.
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