No me urge esta canción de invierno,
saberme tan solo una humedad y su sombra perenne
habitada como un árbol de hojas con nombres y palabras.
Si hecho de menos algo del pasado
es el tiempo de las lanzas y el juego del gato con el ovillo de lana.
Sé tanto de mí como de este abandono que a diario me hago,
no hay sueño que cierre mis párpados
ni mis lágrimas tamizan el suelo.
Casi silencioso respiro la hondura de esta daga,
soy de la umbría su mirada,
el quehacer laborioso de las abejas en el vértice del cielo,
la luminosa esperanza de una luna,
blanca y hervida entre los pliegues de la noche.
He apagado el último cigarrillo.
Es tarde para descansar
y en la radio suena una música que ayuda a olvidar.
Luego vendrá el amanecer y seré de nuevo un viajero:
la otra mirada que oculta el horizonte.
f.
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