En tu espalda se derrama la savia de la vida,
el palpito perdido de los astros,
la luz de un relámpago,
el sueño perfecto de un ciego.
Alcanzarla cuesta desde abajo,
deben abandonar mis manos tus muslos,
el desnudo realce de tus glúteos,
la suavidad de la piel,
para llegar a ella.
No deja de ser una nueva prueba,
perderse en la selva cercana de tu sexo
o en este rincón
donde el mundo se deja oír en un gemido intenso,
son la tentación primaria que me absorbe,
pero he de llegar a resucitarte entre tus vértebras,
a sentir la música que nace
al pasar las yemas de mis dedos,
una por una, para llegar hasta tu nuca,
tu cuello, tu pelo,
y sentirte entregada,
deshecha entre mis dedos,
dispuesta a morir en mi boca,
entre mis labios y la humedad de mi lengua,
con un ronroneo
que en nada tiene que envidiar
al goce de los gatos.
f.
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