Nada tiene una tarde cuando se abandona una mirada al paso intrascendente de una nube, o al mirar sin ver dentro de un río, cuando el agua, sin reposo pero en silencio, atraviesa los ojos de piedra de un puente.
Nada deja un pájaro cuando cruza ante tus ojos y un árbol da esa senda de sombra que te acoge, sin transcendencia, como un tributo noble y magnánimo de un rey a su vasallo.
Puedo escribir sobre estas cosas simples y hablar contigo mientras tanto, sentado en un banco de madera, viendo como el sol va dejando crecer un orden diferente, cuando la luz empieza a declinar, y los dos sabemos que vamos a recobrar con la noche la monótona secuencia de la oscuridad.
f.
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