He viajado desde el Norte hasta tu puerta.
Me he quedado mirando tu ventana
y el humo que como un hilo oscuro
anudaba tu casa al azul del cielo.
No he vuelto a escuchar el canto del mirlo
cuando los atardeceres de verano
tenían la cadencia de tus labios
y la humedad completa de un día de lluvia.
El tiempo me aleja de las estaciones,
los trenes siempre dejan la nostalgia en los andenes.
Tampoco he podido llamarte por teléfono,
aunque recuerdo tu voz,
tenía un eco metálico:
cobrabas siempre al contado.
f.
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