No hay un atardecer
que no escoja un brote de sangre
perdido entre sus venas.
Solo sostengo un poco de la verdad sencilla de contemplarlo,
mientras suenan, como balas perdidas,
el eco de lo que desaparece con él.
Una alfombra de escarcha, un río de nieve,
mi corazón sostiene el mástil de un barco
sujeto a un muelle solitario,
la ceguera que queda
cuando la luz se ha ido como un suspiro largo,
el canto del presunto homicida que llevo dentro.
f.
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