Y me hablaba quedo de semillas y líquenes
cuando sus manos me sostenían en la luz.
Todo el otoño venía en su boca,
un reguero de agua silenciosa...
sus pasos dejaban hojas caídas
y enrojecía de rojo los serbales.
Bebía su cáliz después de la letanía de la noche.
Escuchaba sus salmos de hiedra
mientras recogía su llanto en mi pecho.
Es cierto que nunca pensé que fuera un ángel,
aunque tuve que dirimir si era el adviento
o mi muerte lo que me anunciaba.
f.
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