No hay velas que arrastren a este puerto.
Ni siquiera el derrumbe del sol
sobre el crepitar del mar océano
deja el arco iris sobre Sta. María de la Salud
en su viaje cercano al crepúsculo.
El Gran Canal apenas deja un sonar de viejos timbales
removiendo el agua con los remos de los venecianos.
Las góndolas se mecen durmiendo la noche,
y alguna voz o su eco canta al propio sol
agotado ya en las últimas cúpulas de bronce.
Me niegan todas las palabras esa senda de mar,
las islas y sus promesas de niebla.
He de volver, sin remedio,
a buscar en el laberinto de máscaras,
uno a uno, como uvas dulces,
todos los besos de su boca.
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