Noche en Venecia,
La parra en otoño
se vuelve roja
y cubre los muros
con el tono de los crepúsculos.
Humedece la lluvia fría de octubre,
se llevan la luz rebotada los impermeables
y repican las gotas en los paragüas
como pequeños puñales que se deshacen
antes de mojar el suelo.
Todos los canales tienen un rumor de tiempo,
la soledad que deja la tristeza y nos busca desde hace siglos
por estas recónditas calles, puentes y canales.
Pasan lentas las barcas
y los gondoleros siguen un viejo ritual
en sus catafalcos negros.
Se oyen voces, viejas canciones,
algún aria siembra entre nosotros la ternura,
los remos van demorándose en el agua,
densa y verde,
parece esperarnos para un largo viaje,
en el que Caronte,
sumergido y en silencio,
todavía nos reserva unas monedas.
La parra en otoño
se vuelve roja
y cubre los muros
con el tono de los crepúsculos.
Humedece la lluvia fría de octubre,
se llevan la luz rebotada los impermeables
y repican las gotas en los paragüas
como pequeños puñales que se deshacen
antes de mojar el suelo.
Todos los canales tienen un rumor de tiempo,
la soledad que deja la tristeza y nos busca desde hace siglos
por estas recónditas calles, puentes y canales.
Pasan lentas las barcas
y los gondoleros siguen un viejo ritual
en sus catafalcos negros.
Se oyen voces, viejas canciones,
algún aria siembra entre nosotros la ternura,
los remos van demorándose en el agua,
densa y verde,
parece esperarnos para un largo viaje,
en el que Caronte,
sumergido y en silencio,
todavía nos reserva unas monedas.
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