El próximo día 14 aparte de celebrar el día de la República tenemos dos magnificas poetas Silvia Castro y Olga Bernad junto con la música de Tierra Vértical en el ciclo de poetas para perdidos en La campana de los perdidos a las 22h00, como siempre os esperamos en la c/ Prudencio nº 7 de Zaragoza.
Silvia Castro nació en San José de Costa Rica. Vive en España desde el año 2003 y en Zaragoza desde el 2007. En septiembre del 2008 obtuvo también la nacionalidad española. Estudió música y filosofía en Costa Rica y realizó una Maestría en Historia y Filosofía de la Ciencia y un diplomado de posgrado en Estudios Culturales en la Universidad de Pittsburgh. Ha sido profesora universitaria, investigadora, asesora política y consultora en temas de transferencia tecnológica, cultura política y comunicación social. Actualmente cursa el doctorado de filosofía de la Universidad de Zaragoza.
Aparte de sus publicaciones académicas, tiene dos libros de poesía, que fueron premiados por la Editorial de la Universidad de Costa Rica: Las huestes del deseo (1998) y Vértice del milagro (2000). En 2005 publicó un libro con un cuento-poema para niños: Ruvenal de mil amores: Variaciones sobre un tema de Esopo (Costa Rica).
Con el libro Agua (2010), Ediciones Torremozas (España), ha ganado el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría es el máximo galardón, el premio literario más importante en el país, que cada año entrega el Ministerio de Cultura de la República de Costa Rica por la creación de obras en las áreas de poesía, cuento, novela, ensayo, teatro, historia, artes plásticas y música . El nombre del premio es un homenaje al poeta costarricense Aquileo J. Echeverría.
Poemas:
7:06 (Límites)
La luz se queda fuera del armario.
Mientras,
un pulso de relojes gira
las cerraduras.
Rumia huesos,
camisas,
el papel de los libros,
los lienzos de Velázquez.
La jauría en los dientes.
Entre ácido y humos,
la destrucción arenga a sus manadas.
9:23 (Maquillaje)
Comparecer de frente a los detalles.
La luz de la no huida.
Envejecer sabiéndose en la máscara.
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18:32 (UCI)
Camuflo el repique de las botas.
Huele a fármaco,
a camas,
a la piel del metal.
Un hombre está dormido al final de mis huellas
mientras el monitor advierte
Nada.
No el río de mi nombre.
Solo un pitido electrónico
y esa estridencia de reptiles.
En el patio
una helada sacude los cristales
con espasmos de cuervo.
Caen aún los últimos oscuros.
Epidermis apenas
sobre siluetas en reposo.
Debajo habitan nombres
bilis
usos
alambres.
Los objetos respiran.
En silencio,
sus sabuesos aguardan.
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El beso
Descendimos al vértice.
Húmedos bordes.
Sed.
Y grutas sembradas de arrecifes.
Dos peces al acecho.
Entonces aire tibio.
Mareas.
Oleajes entre lo muelle
y la saliva.
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Sequía
Casi la siento fluir.
El tránsito en la boca.
Sus alertas de hielo en la garganta.
Pero la sed se abulta.
Queda sólo el espejo abismado de los pozos.
Las vasijas se fraguan
y un calor con acentos desemboca en las grietas.
Un grifo me interroga con su ojo sin llanto.
El vaso es un desierto
de vidrio.
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Olga Bernad es licenciada en Filología Hispánica en la especialidad de literatura por
POEMAS:
EL TIEMPO DE LOS JUEGOS Y LOS PACTOS
Tazas de porcelana,
comediantes ausentes,
trocitos de amapolas entre los cuentos viejos
y largas trenzas negras
rozando sin saberlo una cintura nueva.
Soy una japonesa,
soy una senda blanca,
un jinete y un mapa, un cofre del tesoro.
Ven a ser abanico,
caballo, huella nueva. Abre mi corazón.
Y guárdame el secreto.
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Mi niño levantó la vista al cielo
y yo seguí esos ojos hacia el aire.
No encontré nada nuevo, y el reía.
Perdido el cielo de los ojos limpios,
queda ganárselo vendiendo el alma.
He visto compradores que acarician
con sucias manos su silencio suave,
lejos del lago de los ojos, lejos
de la primera vez de la mirada.
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LOS OJOS DE LOS MUERTOS
Esos ojos abiertos de los muertos
cuando nadie ha mirado su desvelo
ni su ausencia del sueño de los vivos;
cuando nadie ha hecho el gesto de entenderlos
cerrando sus inútiles ventanas
hacia un mundo perdido para siempre.
Aún atados por la fiel costumbre
a la manía de mirar las cosas,
qué verdad suspendida de sus párpados,
qué terrible pureza ensimismada,
definitivo asombro de los ojos
inmóviles y ciertos de los muertos.
Y la vacía voz de su mirada
y la imposible luz que acaso intuyen
los nuevos ojos ciegos de los muertos.
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Música:
Tierra Vertical
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