Casi todas las mañanas de aquel verano se lo pasaba en la playa.
Recorría los trescientos metros desde el apartamento de sus padres vestida con una pamela blanca que se movía acompasada y ondulante siguiendo el ritmo de sus pasos pequeños pero llenos de sensualidad. Yo no iba a recogerla hasta casi la hora del mediodía, me levantaba muy tarde y compraba el periódico, solo cuando todo el sol de julio ya en su cenit deslumbraba, me guarecía detrás de unas gafas de sol y sabiendo donde se colocaba en la playa la apremiaba para buscar la cantina del puerto, donde tomábamos unas cervezas frías, a salvo, en la sombra o debajo de los dos grandes ventiladores que refrescaban un poco el ambiente.
Las tardes después de la comida eran de silencio y reposo aunque ella ponía bajito el tocadiscos para escuchar canciones de Moustaki y Brassens mientras fumaba los últimos cigarrillos Gauloises que le quedaban y bebía uno tras otro un pastis muy aguado.
Miraba de una manera obsesiva al horizonte buscando el mar mientras tarareaba las letras en francés y de vez en cuando me sorprendía y se acercaba a mí llenándome de besos y así dejarme un sabor dulzón y anisado en la boca durante un buen rato.
Recorría los trescientos metros desde el apartamento de sus padres vestida con una pamela blanca que se movía acompasada y ondulante siguiendo el ritmo de sus pasos pequeños pero llenos de sensualidad. Yo no iba a recogerla hasta casi la hora del mediodía, me levantaba muy tarde y compraba el periódico, solo cuando todo el sol de julio ya en su cenit deslumbraba, me guarecía detrás de unas gafas de sol y sabiendo donde se colocaba en la playa la apremiaba para buscar la cantina del puerto, donde tomábamos unas cervezas frías, a salvo, en la sombra o debajo de los dos grandes ventiladores que refrescaban un poco el ambiente.
Las tardes después de la comida eran de silencio y reposo aunque ella ponía bajito el tocadiscos para escuchar canciones de Moustaki y Brassens mientras fumaba los últimos cigarrillos Gauloises que le quedaban y bebía uno tras otro un pastis muy aguado.
Miraba de una manera obsesiva al horizonte buscando el mar mientras tarareaba las letras en francés y de vez en cuando me sorprendía y se acercaba a mí llenándome de besos y así dejarme un sabor dulzón y anisado en la boca durante un buen rato.
F
4 comentarios:
Es el placer de recordar realidades. o de imaginarlas.
Abrazos.
La verdad es que hay sabores de verano, el mío de este año supo a fado... y la verdad es que el regustillo amargo aún perdura...
Besicos
Y qué buenos son esos besos inesperados...
Tardes imposibles de olvidar. Abrazos.
Publicar un comentario