Vino septiembre, como a veces viene en un trajín de lluvias y París se preparaba al otoño enturbiado por un mes lleno de tormentas y días grises.
Françoise volvió a La Sorbonne, estudiaba Historia del Arte, le seducía especialmente el gótico y me hablaba de las hermosas catedrales existentes en Francia hechas en ese estilo artístico. Yo le bromeaba y le reclamaba que pusiera una atención especial a las catedrales de España, sobre todo, las que existían a lo largo del camino de Santiago, pero ella sin negar su hermosura prefería las de su país…en realidad estaba embrujada por la de Chartres y sus esplendidos vitrales ante lo cual yo me sonreía pero debía darle la razón sobre sus vidrieras.
Viajamos varias veces allí durante esos días y cuando se encontraba en medio de la intersección del crucero con la nave central daba vueltas sobre si misma muy lentamente y se extasiaba con el color y la luz que la elevaba hacia el cielo, quedándose muy quieta durante bastante tiempo mirando el rosetón.
Volvíamos en el tren ya de noche y se acurrucaba en mis brazos, esos días no paraba de hablar, entonces me contaba cosas de sus niñez, me recitaba poemas de Rimbaud que se sabía de memoria o alardeaba de conocer mejor que yo la obra de Cernuda…yo, simplemente la acariciaba y guardaba silencio mientras pensaba en que el tiempo con ella se me estaba acabando y debería volver a casa, a despertar a la realidad cotidiana.
Françoise volvió a La Sorbonne, estudiaba Historia del Arte, le seducía especialmente el gótico y me hablaba de las hermosas catedrales existentes en Francia hechas en ese estilo artístico. Yo le bromeaba y le reclamaba que pusiera una atención especial a las catedrales de España, sobre todo, las que existían a lo largo del camino de Santiago, pero ella sin negar su hermosura prefería las de su país…en realidad estaba embrujada por la de Chartres y sus esplendidos vitrales ante lo cual yo me sonreía pero debía darle la razón sobre sus vidrieras.
Viajamos varias veces allí durante esos días y cuando se encontraba en medio de la intersección del crucero con la nave central daba vueltas sobre si misma muy lentamente y se extasiaba con el color y la luz que la elevaba hacia el cielo, quedándose muy quieta durante bastante tiempo mirando el rosetón.
Volvíamos en el tren ya de noche y se acurrucaba en mis brazos, esos días no paraba de hablar, entonces me contaba cosas de sus niñez, me recitaba poemas de Rimbaud que se sabía de memoria o alardeaba de conocer mejor que yo la obra de Cernuda…yo, simplemente la acariciaba y guardaba silencio mientras pensaba en que el tiempo con ella se me estaba acabando y debería volver a casa, a despertar a la realidad cotidiana.
F
1 comentario:
Françoise ya tiene rostro para mi, la imagino con su sombrero bombin recorriendo París .
No puedo decir mucho compañero murió Morente y el corazón se desconsuela.
Va abrazo.
M.
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